"Resulta que, en las clases de español que yo le daba a Joe, un día me tocó explicarle la diferencia entre los verbos 'ser' y 'estar', que en inglés son el mismo, el verbo 'to be'. Joe se hacía unos líos enormes y era habitual que dijera 'Yo soy bebiendo' o 'Yo estoy inglés'. De modo que me senté con él y le expliqué que el verbo 'ser', por lo general, se aplicaba a algo que era permanente, que estaba siempre: 'Yo soy granadino', 'Yo soy inglés', y que el verbo 'estar' se aplicaba a una situación temporal: 'Yo estoy bebiendo' (porque no siempre uno está bebiendo, aunque, bueno, en el caso de Joe se podría haber aplicado el verbo ser).
Seguí poniéndole ejemplos hasta que él lo comprendió bastante bien y empezó a aplicarlo en el lenguaje coloquial. 'Yo estoy en Granada, pero soy de Inglaterra'...
Así estuvimos practicando, hasta que surgió una controversia. 'Gracias, man, yo estoy feliz en Granada'. Le expliqué que, con el adjetivo 'feliz', el verbo que se solía utilizar era el de 'ser': 'Yo soy feliz'. Él no lograba entenderlo. Me dijo en inglés: "Se supone que la felicidad es un estado temporal, ¿no? Nadie nace siendo feliz y es feliz toda la vida... Es una contradicción, ¿no crees?". Le dije que, en esos verbos, a veces había excepciones contradictorias, pero él no se dio por vencido: "Tal vez, eso se deba a que los seres humanos, cuando estamos bien, queremos que ese estado continúe toda la vida. Inconscientemente, le aplicamos un verbo que no es correcto, que muestra más nuestro deseo que la realidad". De modo que decidió continuar aplicando su lógica aplastante y emplear el verbo 'estar' cada vez que iba unido a la palabra felicidad..."
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